Se fue acercando la hora del partido y llegó la expedición del Real Murcia al estadio con mucha antelación. A las cuatro de la tarde desembarcó el conjunto murciano en Cartagena, bajo el escrutinio de algún centenar de aficionados que esperaba a los suyos. Entre los improperios, llamó la atención el de un aficionado que recordó el reciente pasado albinegro de Juan Carlos Real: «¡Mira el escudo que llevas en el pecho!».
Con relativa calma accedió el Real Murcia al campo, acompañado de los lesionados que no entraron en convocatoria, pero acompañaron al grupo. Algunos pisaron el césped antes de entrar al vestuario y otros se relajaron en el banquillo. «Es un partido más», ironizaba entre risas nerviosas una voz de la expedición grana. La tensión ya era palpable.
Media hora más tarde, sobre las 16.30 horas, apareció el autobús del Cartagena, aunque sin rotulación debido al accidente que sufrió la temporada pasada. Poco importó que tuviera o no distintivos del equipo. Los miles de aficionados que ocupaban el puente se unieron al corteo de otros miles para recibir entre botes de humo, cánticos y banderas a los jugadores que les iban a representar sobre el césped.
La tensión se vivió poco después, cuando llegaron los veinte autobuses desde Murcia, sobre las cinco. La Policía dibujó un cordón de seguridad que no evitó el lanzamiento de algunos objetos que no causaron desperfectos. Los visitantes bajaron de los autocares en la parte más próxima al fondo norte y fue en el encuentro entre aficiones cuando más se caldeó el ambiente. A pesar de la valla que separaba a unos y otros, se sucedieron los insultos y las amenazas hasta que los agentes decidieron disolver a los locales para dar paso al estadio a los visitantes. Una pequeña carga crispó aún más el ambiente.
Poco a poco, el interior del estadio fue cogiendo color. Las gradas blancas pronto se tiñieron de grana y albinegro y la salida de los equipos generó opiniones divididas. Pitada para los visitantes, mientras muchos murcianistas aún no podían acceder al estadio. Ovación para los visitantes para trasladarles la importancia del partido, si es que alguien tenía dudas. Misma situación a la marcha a vestuarios.
Un ambientazo de otra categoría recibió a los dos equipos, ataviados ya con la equipación de juego. «No es tan sólo un derbi, es una cuestión de historia. En esta provincia siempre manda Carthago Nova», rezaba el tifo local. Con las cartas sobre la mesa quedó demostrado que es mucho más que un derbi. Cada falta, cada córner y cada acción de peligro hizo retumbar el Cartagonova tanto como el terremoto que se dejó notar en Murcia sobre las 18.45 horas.
Un cántico versionado por ambos bandos se repitió durante el inicio: «¡Es murciano el que no bote, eh!», que tiene su traducción murcianista en «¡Cartagenero el que no bote, es!». El cruce de mensajes dio paso a un silencio que se rompió con el grito murcianista en el primer gol del partido.
La red se infló con el testarazo de Héctor Pérez y el fondo norte explotó al unísono. El resto del estadio no pudo más que resignarse a remontar. No hubo más goles que celebrar en los primeros 45 minutos, pero sí mucha tensión y duelos que el colegiado resolvió bien. En la segunda parte, los futbolistas dejaron el protagonismo a la grada, que jugó su particular encuentro. El ritmo del encuentro bajó y las fuerzas empezaron a faltar.
Cada despeje se celebró desde el fondo norte como si de un gol se tratara. Desde el lado contrario se empujaba al Cartagena contra la portería grana. Pero no hubo manera. El marcador no se movió del 0 a 1. Con el pitido inicial volvió a estallar la grada murcianista y los aficionados locales desfilaron cabizbajos. La sensación general fue de desilusión y ya había quien apuntaba a las «dinámicas» para justificar el irregular momento que vive el FC Cartagena.
En el túnel de vestuarios se escuchó la música detrás de la puerta visitante. También gritos de congratulación de los jugadores y el cuerpo técnico del Real Murcia. Así se puso punto y final al primer derbi de la temporada, que revive con rivalidad y tensión controlada por la policía.
La Opinión
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